Me encanta experimentar la conciencia plena mientras estoy cocinando pero algunas veces simplemente cuando como una fruta fresca o me preparo un zumo o un batido. Una de las cosas que disfruto de Navarra es la posibilidad de consumir la fruta recién cosechada y comprarla directamente a los productores que vienen al mercadillo cerca de casa. Sin embargo, ayer pasé frente a una frutería en la que tenían tamarindo y no me pude resistir. La refrescante bebida que se puede preparar con esta fruta tropical es perfecta para un caluroso día como el que hizo ayer y de sólo imaginarlo mis papilas gustativas ya soñaban con la combinación de ácido y dulzor que encierran estas extrañas vainas.
Practicar mindfulness mientras me reencontraba con esta deliciosa fruta fue no sólo una experiencia sensorial interesante sino un viaje en el tiempo maravilloso. Además de las diferentes texturas de su cáscara, las fibras que la sostienen, su pulpa, su olor, un grado perfecto de acidez que matiza la dulzura de tanto sol impreganado en su interior…también desata una memoria a veces nostálgica otras risueña, veo a mi abuelita preparando esa bebida refrescante con sus ojos verdes como hojas y su picardía al recordar su propia niñez y compartir sus aventuras, se asoman las risas de unos paseos en el oriente de Venezuela recogiendo tamarindo directamente de las frondosas plantas, me traslado a esos momentos de dedos pegajosos al comer un dulce de esta fruta que se vende envuelto en un pequeño trozo de papel celofán… Y vuelvo al aquí y al ahora agradecida a la vida por volver a disfrutar de estos sabores mezclándose en mi boca y en mi mente…
Contemplo el tamarindo suavizarse poco a poco en el agua, desprenderse la pulpa de las semillas, combinarse luego con el agua, cambiarla de color, regalarme una placentera y refrescante sensación al apurar mi vaso de los que llamamos en Venezuela un rico batido de tamarindo (que no allá no llevan leche ni helado los batidos!).